11 octubre, 2011

  Ya me pesan los dedos sobre el teclado.
Cada vez me cuesta más moverme para escribirte.
Cada vez me siento más débil,
me siento menos.

  Mis lágrimas siguen extrañándote.

Y todo el esfuerzo en pensar,
en escribir
lleva a una sola, y estúpida, pregunta:
¿Por qué?

Nunca me lo dijiste. Y sé que seguirás sin hacerlo.
Qué estúpida yo, ¿no? Que aún mantengo esperanzas en
tus razones,
en ti.
Qué estúpida yo, ¿no? Que aún pienso
que piensas en mí.

Ya no sé cómo decirte qué eres para mí.
Te fue tan fácil olvidar todo lo que pasamos juntos, amor.
Te fue tan fácil no sentir nada hacia mí,
borrarme de tu vida como si fuera una pintada a lápiz.

Pero no sabes lo que es ser yo.
Nunca has estado en este lado de la situación.
Nunca viniste a decirme "¿Estás bien?"
Nunca viniste a pedirme perdón.
Porque creo que lo mínimo que merezco es eso.
Nada más. Nada más. Nada más...

Que sí.
Que sigo extrñándote con cada lágrima.
Que sí. Que sigo aspirándote junto al cigarrillo en cada calada.
Que sigo siendo fumadora pasiva de tu olor, aunque a veces
me perfumaras también.
Pero sólo lo hacías para hacerme enfadar, ¿recuerdas?
(Cómo lo vas a recordar. Borraste de tu memoria la carpeta firmada con mi nombre).
(Qué estúpida yo, ¿no?)

Que sí. Que sigues siendo el primero y único.
Por suerte o por desgracia para mí...
Que sí, joder. Que te extraño. (Y te lo digo aunque no me preguntes)
(Qué estúpida yo, ¿no?)
Extraño correr de tu mano bajo la lluvia con un paraguas que no cierra.
Extraño quedarme dormida sobre tu pecho,
escuchando el intermitente sonido que emite tu corazón.
Aquellos tiempos perfectos,
o compuestos.
Que ahora no son más que
el pretérito perfecto simple de una vida a tu lado
que imaginé
que sería para siempre.

(Qué estúpida yo, ¿no?)

No hay comentarios:

Publicar un comentario