08 abril, 2012

Té caliente para tardes frías.

 Cierra la puerta de su habitación, totalmente en orden, y se sienta. Tiene al lado su taza de té, demasiado caliente para empezar a beber. Está en pijama (o lo que ella considera pijama: una camiseta de su hermano mayor y unos pantalones que ni se ven debido al largo de dicha prenda), aún siendo las 17:56 de un domingo. Por su ventana solo se ve el mar, en calma, del mismo color que el cielo: gris; del mismo ánimo que ella con su moño mal hecho y sus babuchas.
 Sopla adentro de la taza, y sus gafas se llenan de vaho. Bebe. Aún está caliente, pero le gusta ese ardor en su garganta. Hace que se sienta viva.
 Ella agarra la taza con las dos manos, para calentarlas, y se queda sentada en la cama entre sus cojines, con la mente en blanco. No tiene ganas de pensar. Sólo escucha música del mismo grupo, la misma canción, aunque sabe que al final del día acabará aborreciéndola.
 Tiene a un lado sus peluches, y al otro sus apuntes de clase. Desvía la mirada al darse cuenta de todo lo que tiene que hacer para el día siguiente y se tira sobre su almohada, y mira al techo... "¿qué estará haciendo ahora?"
Y mira al fondo de su taza de té -con dibujos de Harry Potter- buscando respuesta entre las hierbas que han logrado atravesar el colador, deseando atravesar ella también el umbral de probabilidad de despertar en sus brazos.