25 agosto, 2012

La primera vez que cogió mi mano nos despedíamos de Nueva York mirándonos a los ojos.
Prometimos volver en lo alto del Empire State y decía "For real" cuando me sonreía,
y me admiraba a mí y no a la ciudad
y yo le adoraba como quien canta a su musa.

La primera vez que le sonreí patinaba sobre hielo riéndose de mí porque yo no había aprendido nunca,
y me daba la mano y me dejaba llevar.
Sabía de sobra que le seguiría al fin de sus días.
Y llegábamos empapados de ganas y me rendía a los pies de su cama.

Él era impresionante. Yo, tan sólo una niña fácil de impresionar.

Lo reconozco y te admito,
que la primera vez que me dio dos besos yo ya sabía su nombre,
porque le había soñado durante toda una vida
que no es tanto si se compara con pasar un minuto a su lado.
Lo sé, lo sé... él se paseaba por Times Square sin levantar la vista de mis curvas,
y yo solo podía recompensarle las noches
a escondidas de las luces.

La primera vez que resbalé por su espalda grité
mientras él aferraba sus labios a mi cintura,
y deslizaba sus manos por todo mi cuerpo.
Y yo miraba el suyo para memorizarlo.
No me habléis de mapas
que yo hace tiempo que me sé sus lunares.
Y el sitio dónde tengo que besarle para que vuelque la mirada,
y conozco sus suspiros pidiendo guerra.
Y me transformaba en mujer durante unos minutos para deleite suyo.

Aquella noche estábamos solos
en medio de un montón de personas que también decían adiós.
Y nos mirábamos entre la oscuridad y nos adivinábamos las palabras
y las ganas.
Vimos amanecer vestidos, y nos desnudábamos mentalmente.
Y me daba la mano y yo no quería soltarle porque sabía que tendría que despedirme tarde o temprano.
Y nos cogimos con tanta fuerza como para tener nuestras manos entrelazadas para siempre.

La primera vez que le quise lo hice con miedo.
Y la última vez que cogió mi mano me iba en el primer avión a París.